28 ago 2017

Cuando la ciudad se refugió en la arquitectura (los casos de Split y Arlés)

La Arlés romana (Arelate) se contrajo drásticamente durante la Alta Edad Media, convirtiendo su Anfiteatro (Arènes) en la nueva ciudad “fortificada”.
La caída del Imperio Romano de Occidente tuvo graves consecuencias para casi todas sus ciudades. Las turbulencias políticas y las recurrentes invasiones produjeron una inestabilidad generalizada que redujo drásticamente el comercio en el oeste europeo, frenando en seco la prosperidad alcanzada e iniciando un imparable declive urbano. Además, los saqueos se convirtieron en algo habitual y hubo ciudades devastadas por las múltiples luchas mantenidas en aquellos primeros años de la Edad Media.
Algunas ciudades fueron abandonadas, aunque la mayoría resistió, asumiendo importantes degradaciones del tejido urbano anterior. Entre estas, hubo ciertos casos muy particulares porque los residentes buscaron cobijo dentro de grandes construcciones imperiales que habían quedado vacantes, reconfigurándolas como contenedores urbanos para olvidarse del resto del casco.
Estas urbes sufrieron una contracción extrema, ejerciendo la arquitectura como refugio de la ciudad. Los ejemplos de la croata Split (Aspalatum), con la reconversión del gran Palacio de Diocleciano, o el de la francesa Arlés (Arelate), reutilizando su anfiteatro, se encuentran entre los más espectaculares.

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La caída del Imperio Romano de Occidente tuvo graves consecuencias para casi todas sus ciudades. Las turbulencias políticas y las recurrentes invasiones produjeron una inestabilidad generalizada que redujo drásticamente el comercio en el oeste europeo, frenando en seco la prosperidad alcanzada e iniciando un imparable declive urbano. Además, los saqueos se convirtieron en algo habitual y hubo ciudades devastadas por las múltiples luchas mantenidas en aquellos primeros años de la Edad Media.
Las reacciones de los ciudadanos fueron muy variadas. Hubo ciudades que no sobrevivieron porque fueron abandonadas y acabaron arruinadas (siendo hoy, en algunos casos, lugares arqueológicos).
Durante el Imperio Romano, Salona fue la capital de la Provincia de Dalmacia, pero, tras la caída del imperio occidental, la ciudad fue abandonada y hoy es un lugar arqueológico (con el tiempo, nacería junto a ella la actual Solin)
Pero hubo otras que, a pesar de sufrir fuertes impactos negativos, lograron recuperarse lentamente, asumiendo en ese proceso importantes degradaciones del tejido urbano anterior.
La trama de Florencia testimonia la existencia del antiguo anfiteatro de la ciudad romana, junto a la Piazza di Santa Croce.
Entre estas, hubo ciertos casos muy particulares protagonizados por ciudades que habían visto reducida considerablemente su población y disponían de grandes edificaciones imperiales que habían quedado vacantes y contaban con un diseño muy favorable para su defensa ante los frecuentes ataques exteriores. De esta forma, la solución para la supervivencia llegó con la “ocupación” de esos edificios y su consolidación como ciudadela-fortaleza. En estos casos, los residentes buscaron cobijo dentro de esas grandes construcciones imperiales, reconfigurándolas como contenedores urbanos para olvidarse del resto del casco. En consecuencia, estas urbes sufrieron una contracción extrema, ejerciendo la arquitectura como refugio de la ciudad, esperando mejores tiempos, que, afortunadamente, acabaron llegando.
Hay dos casos espectaculares. Uno de ellos es especial porque perdura en la actualidad. Ocurrió en la Aspalatum romana (Split, en la actual Croacia), lugar donde se levantó el Palacio de Diocleciano, el complejo que el emperador había dispuesto para su descanso y retiro. Con la desintegración del imperio occidental, el gran palacio acogería a la población del entorno y se transformaría en una ciudad.
El otro caso no tendría continuidad. Aconteció en Arlés (en la Francia meridional, a orillas del rio Ródano), que fue una de las principales ciudades de la Galia Romana (Arelate) y contaba con un impresionante anfiteatro. Este edificio serviría de refugio para los ciudadanos, transformándose en una pequeña ciudadela-fortaleza que resistió a la problemática Alta Edad Media. Finalmente, aquellas viviendas construidas en su interior acabarían desapareciendo con la recuperación arqueológica del gran edificio.

Split, la ciudad que surgió en el interior de un palacio.
Diocleciano fue uno de los emperadores destacados dentro de la larga lista de gobernantes romanos. Su mandató duró entre el año 284 y el 305, un periodo en el que las campañas militares promovidas lograron asegurar las fronteras del Imperio. Además, el emperador estableció un sistema de administración más organizado y eficaz. Sus reformas sanearon un Imperio que estaba al límite del colapso y permitieron su continuidad durante casi dos siglos. Entre sus acciones recordadas está también el inicio en 303 de una persecución sistemática e implacable contra los cristianos, que no finalizaría hasta el año 313, cuando Constantino I el Grande y Licinio, líderes entonces de los imperios romanos de Occidente y Oriente, respectivamente, firmaron el Edicto de Milán, que decretaba la libertad religiosa y, en consecuencia, la tolerancia del cristianismo.
No obstante, quizá el aspecto más conocido de su mandato fue la creación de una nueva fórmula de gobierno que implicaba a cuatro personas: la Tetrarquía, un sistema que, sin pretenderlo, sería la base de la futura división del Imperio en dos partes. Su instauración se produjo poco después de acceder Diocleciano a la máxima distinción, cuando en 285 otorgó el título de Augusto de Occidente a Maximiano, es decir, designándolo coemperador y asignándole la responsabilidad de la mitad occidental del imperio. En 293, nombró a Galerio y a Constancio como césares, que era un título que los reconocía como príncipes herederos y les adjudicaba un área geográfica determinada de gobierno (para Galerio serían las provincias balcánicas y para Constancio las Galias y Britania). La Tetrarquía sufrió avatares muy diversos en los años siguientes (Constantino acabaría por eliminarla en 326 para unificar el poder en su persona) pero la segregación territorial sería consolidada por Teodosio I quien, a su muerte en 395, repartió el Imperio entre sus dos hijos: Arcadio como emperador de Oriente y Honorio de Occidente.
Mapa del Imperio Romano entre los años 293 y 305 con la distribución geográfica de los sectores de los tetrarcas (y sus “capitales”)
En otro orden de cosas, Diocleciano fue el primer emperador romano que renunció voluntariamente a su cargo de gobierno. Y de esta decisión se deriva otra de sus obras más reconocidas: la construcción de un extraordinario palacio en Aspalatum, en la costa dálmata, como residencia para su jubilación.
Ubicación de Split: de arriba abajo, mapa de Croacia (el punto rojo indica la situación de la ciudad), la región de Split y la ciudad en la península (el rectángulo rojo indica la ubicación del Palacio de Diocleciano que sería el soporte de la ciudad medieval).
Aspalatum era un modesto asentamiento que había sido fundado, entre los siglos IV y III a.C. por colonizadores griegos procedentes de la isla adriática de Vis y que fue bautizado como Ασπάλαθος (Aspálathos). La “madre” Vis había surgido, a su vez, como colonia de la siciliana Siracusa que, también, tuvo su origen como colonia de Corinto. Aspálathos sería un pequeño núcleo comercial de poca importancia hasta mucho tiempo después, casi a finales del Imperio Romano. Los romanos habían conquistado ese territorio que acabaría integrado en el imperio como Provincia de Dalmacia. Esta región sería gobernada desde la ciudad de Salona. Próxima a la capital se encontraba Aspalatum (el nuevo nombre otorgado por los romanos a Aspálathos), que mantendría su carácter secundario hasta que llegó el emperador Diocleciano para cambiar su tranquilo devenir.
Diocleciano, que había nacido cerca de allí (posiblemente en la misma Salona), escogió la modesta Aspalatum para construir en ella su palacio de descanso y retiro. El lugar fue seleccionado por estar cerca de la capital provincial pero suficientemente alejado de ella para evitar problemas en aquel agitado periodo. Además, Aspalatum se encontraba en una península fácilmente defendible y era un puerto bastante seguro que permitía una inmediata conexión con el mar abierto (para poder escapar en caso necesario).
En el año 293 comenzó la construcción del impresionante conjunto palaciego porque, más que un edificio, Diocleciano levantó una fortaleza con un programa interior muy extenso y complejo. El trazado recordaba a los castrum de las legiones y a las colonias romanas: un rectángulo divido en cuatro partes por sus dos ejes centrales que actuaban como corredores principales recordando al cardo y al decumano urbanos. Las dimensiones eran extraordinarias: los lados del rectángulo iban desde 170 a 200 metros y la altura de los muros exteriores se acercaba a los 20 metros en algunos puntos. La superficie que albergaba ese recinto era de unos 38.000 metros cuadrados (casi 4 hectáreas, algo más de cinco campos de fútbol). El conjunto disponía de cuatro puertas monumentales en el final de los ejes interiores: al norte, la Porta Aurea (puerta de oro, que era la entrada principal); al este, la Porta Argentea (puerta de plata); al oeste, la Porta Ferrea (puerta de hierro); y, al sur, la Porta Aenea (puerta de bronce, que daba acceso al mar y era tanto la puerta de “carga y descarga” como la “salida de emergencia”). Además, se acometieron importantes obras de infraestructura como el abastecimiento de agua gracias a un acueducto que la traía desde las fuentes del rio Jadro, situadas a unos diez kilómetros.
Planta del Palacio de Diocleciano en Spalatum.
Perspectiva hipotética del Palacio de Diocleciano en Spalatum, realizada en 1912 por el arquitecto Ernest Hébrard y del historiador Jackes Zeiller.
El palacio quedaría terminado en el año 305 y Diocleciano aprovechó para abdicar y pasar a la situación de retiro. Pero el emperador emérito moriría poco después, en 312, y el palacio tendría diversos usos hasta que las circunstancias lo convirtieron en residencia del último emperador legítimo del Imperio Occidental. Sucedió que las presiones de los pueblos bárbaros, que estaban consolidando sus posiciones en el resto del territorio, llevaron al emperador Julio Nepote (Flavius Iulius Nepos Augustus) a abandonar Rávena, entonces capital imperial, e intentar comandar su territorio desde Dalmacia, una zona con menos tensiones y en la que contaba con bastantes apoyos. Allí escogió el antiguo palacio de descanso de Diocleciano como residencia por razones similares (proximidad a Salona y posibilidad de rápidos planes de fuga si las cosas se complicaran). El desconcierto producido en la capital imperial fue aprovechado por uno de sus hombres de confianza, Flavio Orestes, que había sido jefe del ejército en las Galias, para dar un golpe de estado y colocar como emperador a su propio hijo de 14 años, Rómulo Augústulo, asumiendo él, como regente, el poder efectivo sobre el Imperio. Esto no fue aceptado por el emperador de Oriente, Zenón, pero en la práctica, este no pudo hacer nada. La destitución de Rómulo Augústulo en el año 476 por parte de Odoacro (un “bárbaro”, que era el jefe del ejército germánico federado con los romanos) quedaría fijada en la historia como la fecha oficial de la caída del Imperio Romano de Occidente.
Julio Nepote moriría en el año 480, cuando la descomposición del imperio occidental era imparable. El hecho sería traumático para Salona (que sería devastada por los ávaros y los eslavos y hoy es un lugar arqueológico junto al que nacería la actual ciudad croata de Solin) y, en parte, para Aspalatum, porque la población, sobre todo procedente de Salona, se refugiaría en el palacio de Diocleciano, aprovechando sus posibilidades como fortaleza de cara a resistir los ataques exteriores. La arquitectura se convirtió así en el refugio de la ciudad.
Planta de la transformación del Palacio de Diocleciano en ciudad medieval (en negro los elementos originales que se conservaron). El norte se encuentra hacia abajo.
Split, Porta Aurea del Palacio de Diocleciano. Arriba y en el centro, planta y alzado según la restitución hipotética realizada en 1912 por el arquitecto Ernest Hébrard y del historiador Jackes Zeiller. Debajo, estado actual.
El complejo palaciego iría transformándose interiormente perdiendo su carácter de edificación para convertirse en una auténtica ciudad. Se producirían cambios sustanciales, como el trazado de nuevas calles que subdividían la trama que, además, fue deformándose y densificándose al asistir a la sustitución de los edificios institucionales por residencias populares. También algunos de los hitos principales sufrieron modificaciones, por ejemplo, el Mausoleo de Diocleciano, que dio paso a la Catedral de Split (Catedral de San Dojo), hecho que permitió que sea el monumento mejor preservado de todo el conjunto, puesto que se conserva su forma original de octógono porticado a pesar de los cambios producidos por la construcción medieval de la torre del campanario. Igualmente, el Templo de Júpiter se transformaría en baptisterio e irían apareciendo nuevos palacetes e iglesias.
Tras la larga época de turbulencias, Spalatum, la ciudad que había renacido dentro del Palacio de Diocleciano, acabaría bajo la autoridad bizantina (el Imperio Romano de Oriente), prosperando hasta llegar a ser un importante núcleo comercial, circunstancia que le llevó a desarrollarse fuera del solar del antiguo Palacio de Diocleciano. Así, entre el siglo XI y el XIV, al oeste, fue consolidándose un crecimiento que duplicaría la extensión inicial. Es la conocida como Ciudad Nueva (para diferenciarla de la Vieja “palaciega”) y que se organiza a partir de lo que hoy es la Plaza del Pueblo (Narodni Trg) junto a la Porta Ferrea.
Split, calles dentro del antiguo Palacio de Diocleciano.

Split, fachada meridional del antiguo Palacio de Diocleciano. Grabado de Paolo Santini, a partir del dibujo de Robert Adam (1764).

Split. Antiguo Peristilo del Palacio de Diocleciano. Arriba, dibujo del arquitecto escocés Robert Adam de 1764. Debajo actualmente.

Split, plaza sobre el Palacio de Diocleciano tras la entrada por la puerta oriental (Porta Argentea).
Entre 1420 y 1797, la ciudad pertenecería a la República Veneciana y cambiaría de nombre adoptando el de Spalato, llegando a convertirse en uno de los principales puertos del Adriático. La constante amenaza otomana obligaría a los venecianos a levantar un nuevo recinto amurallado y con bastiones que protegiera las dos ciudades (la “vieja” surgida sobre el palacio y la “nueva”, su extensión medieval). Con esa imponente obra defensiva, Venecia conseguiría que Spalato no cayera bajo el poder de los Otomanos.
La ciudad antigua de Split (Spalato) con el Palacio de Diocleciano, la duplicación medieval y la muralla bastionada levantada por los venecianos.

Pero en 1797, toda Dalmacia (y Spalato, dentro de ella) pasaron a ser controladas por el Imperio Austriaco. Aunque a partir de 1805, Napoleón dominó la región durante un periodo breve, ya que la caída del emperador francés permitió a los austriacos recuperar la zona en 1814 (que años después pasaría a integrarse en el Imperio Austrohúngaro).
En 1919, la disolución del Imperio Austrohúngaro daría paso al nuevo Reino de los serbios, croatas y eslovenos al que se incorporaría Dalmacia y la ciudad adquiriría la que sería su denominación definitiva: Split (una derivación croata de Spalato). En 1929, el país se transformaría en el Reino de Yugoslavia y en 1945 en la República Popular de Yugoslavia. La violenta desintegración de esta daría origen, en 1991, a la actual República de Croacia que incluía la región de Dalmacia.
El fuerte sustrato romano de la Ciudad Vieja quedaría matizado con puntuales apariciones de arquitecturas románicas, góticas, renacentistas o barrocas en una miscelánea de gran interés. Esa mezcla estilística también se mostraría en los palacios e iglesias de la Ciudad Nueva. De hecho, el gran valor artístico del casco antiguo de Split (el recogido por la muralla veneciana) llevaría a la Unesco a reconocerlo como Patrimonio de la Humanidad en 1979.
Split, área designada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Hoy Split es una ciudad de aproximadamente 200.000 habitantes que ascienden a algo más de 400.000 contando su área metropolitana (en la que por cierto quedan integradas las ruinas de Salona, la antigua capital dálmata, y su heredera Solin).
Foto aérea de la Ciudad Vieja de Split donde se aprecia la base proporcionada por el Palacio de Diocleciano

El anfiteatro de Arlés como ciudadela medieval.
Arlés (Arelate), en el suroeste francés, fue una de las grandes ciudades del Imperio Romano, hasta el punto de que tuvo posibilidades de convertirse en la nueva capital imperial en tiempos de Constantino I el Grande, que vivió en ella varios años (y allí nació su hijo, el futuro Constantino II). Pero, como es sabido, la decisión final recayó en otra ciudad (Byzantium) que fue profundamente remodelada para crear una nueva y esplendorosa capital que recibiría el nombre de su promotor: Constantinopla (la actual Estambul).
Situación de Arlés en la Galia romana. En la ciudad convergían la Vía Julia Augusta que venía de Italia por la costa y la Vía Agripa meridional que seguía el Ródano hasta Lyon (Lugdunum). En sus proximidades también discurría la Via Domitia que unía Hispania con Italia a través de los Alpes.
Arlés está situada en el inicio de la desembocadura del rio Ródano, cuando el cauce se divide en dos brazos principales (la ciudad se sitúa en la orilla oriental del mayor, elGran Ródano). Esta ubicación de la ciudad resultaría estratégica respecto a las comunicaciones. En la ciudad convergían la Via Julia Augusta que venía de Italia por la costa y la Via Agripa meridional que seguía el Ródano hasta Lyon (Lugdunum) y de allí al limes fronterizo romano y al centro de Europa. En sus proximidades también discurría la Via Domitia que unía Hispania con Italia a través de los Alpes.
Imagen aérea del Arles, junto al rio Ródano. En primer término, el gran Anfiteatro y a su izquierda el Teatro.
Los orígenes de Arlés son remotos. Al igual que Split, su fundación fue griega, promovida por unos colonos procedentes de Massalia (Marsella). Estos levantaron, hacia el año 500 a.C., un nuevo asentamiento a orillas del río Ródano al que darían por nombre Theline. Posteriormente sería conquistada por los galos/celtas y su nombre sería cambiado por el de Arelate. Hasta que al final caería en poder de los romanos que la integraron en la Provincia Narbonesa que se constituiría en el año 118 a.C. y rediseñaron por completo el modesto oppidum galo (aunque mantuvieron el nombre).
Las disputas por el poder entre César y Pompeyo tendrían trascendencia para la región porque mientras Marsella apoyaría a Pompeyo, Arlés se alinearía con César. La victoria de este supondría la marginación de Marsella en favor de Arlés, que acogería a los veteranos de la legión romana VI y recibiría el nombre de Colonia Ivlia Paterna Arelatensivm Sextanorvm (Arelate en forma simplificada). La ubicación estratégica referida (cerca del mar, con puerto, y al lado del gran Ródano, con puente para vadearlo incluido), así como la distinción alcanzada, le llevaría a dotarse de una serie de equipamientos de gran ciudad como un anfiteatro, circo, teatro, termas y también un arco triunfal, quedando toda ella circunvalada por murallas. Su importancia iría aumentando hasta convertirse en sede de la Prefectura de la Galia (que incluía también Hispania) y, como hemos dicho, a ser candidata a capital imperial.
Comparación de las tramas de la Arelate romana y la Arles que saldría de la Edad Media (el plano inferior es de 1914). Las deformaciones de la retícula ortogonal romana son muy importantes.
El trazado de la ciudad romana no siguió las reglas estrictas de las colonias típicas. Desde luego contaba con un cardo y un decumano principales que marcaban la orientación del resto de la trama y en su cruce se levantaría el Forum, pero los límites urbanos no respetaron la rigidez geométrica habitual (rectangular por lo general) sino que se adaptaron a las sugerencias del entorno. Más aún, cuando la extensión urbana se hizo necesaria en el Bajo Imperio Romano, volverían a ser los accidentes geográficos, como el rio o las marismas, los que marcaran la pauta para los crecimientos que, aunque seguirían siendo retículas ortogonales, aparecían giradas respecto a la original.
Vista aérea del Anfiteatro del Arlés. Las torres medievales fueron superpuestas con su reconversión como ciudadela.
Interior actual del Anfiteatro de Arlés.
En cualquier caso, la Edad Media tenía otro destino para Arlés. Su ventajosa posición para las comunicaciones se convirtió en un problema cuando casi todos los grupos invasores que descompusieron el Imperio Romano Occidental (visigodos, merovingios, etc.) atravesaron la ciudad, aprovechando para saquearla. Esos ataques perduraron durante el siglo VIII, con las razzias de las tropas musulmanas que habían atravesado los Pirineos. La tranquilidad conseguida con el Imperio Carolingio sería efímera porque tras la muerte de Carlomagno, a mediados del siglo IX, Arlés volvería a sufrir ataques musulmanes y normandos.
Arlés se refugió en el interior del gran anfiteatro durante la Edad Media.
Anfiteatro de Arlés con la torre que testimonia su uso como ciudadela-fortaleza medieval.
La defensa de Arlés en aquellos turbulentos años fue un repliegue hacia la construcción más sólida con la que contaba la ciudad: el Anfiteatro imperial. La ciudad había visto reducida su población considerablemente y sus defensas tradicionales habían quedado muy deterioradas con tanto asedio. La decisión fue refugiarse dentro del gran Anfiteatro, un óvalo cuyos ejes mayores tienen una dimensión de 136 metros y 109 metros y llegó a acoger a casi 20.000 espectadores en su época de apogeo (había sido construido en el año 90). Además, su robusta fachada, circunvalada por 120 arcos en dos pisos, se elevaba hasta los 21 metros. El reconvertido anfiteatro-fortaleza sería reforzado por varias torres que le conferirían su aspecto defensivo y que todavía se conservan como testimonio de aquella época.
Arlés superaría esa difícil época y volvería a desarrollarse en su solar anterior (con considerables cambios de trazado respecto a la retícula ortogonal romana, que sufrió deformaciones muy importantes). Finalmente, aquellas viviendas que se construyeron en el interior del anfiteatro serían derribadas con la recuperación arqueológica del gran edificio a principios del siglo XIX. Hoy, rebautizado como las Arènes, es un gran equipamiento que acoge espectáculos, corridas de toros, conciertos, etc. además de ser una atracción turística de primer nivel. Solamente las torres que emergen en su perímetro recuerdan su pasado residencial.
El Anfiteatro de Arlés en el siglo XIX fotografiado por Charles Negre.

Anfiteatro de Arlés. Imagen de la arena interior y el graderío.
Corrida de toros en las Arenas de Arlés.
Imagen del entorno del Anfiteatro de Arlés con una gran oferta de servicios para el turismo.
Nimes, la ciudad vecina, con una vida muy “paralela” a la de Arlés, vivió una experiencia similar con su Anfiteatro, construido en el año 70 y que cuenta con casi las mismas dimensiones. En este caso, los ejes del óvalo miden 133 y 101 metros y la altura alcanza igualmente los 21 metros. El anfiteatro de Nimes sería también reconvertido como contenedor urbano medieval y, del mismo modo, sería recuperado para su uso original eliminando las viviendas interiores.
Nimes vivió una experiencia parecida a la de Arlés con su anfiteatro, que fue igualmente reconvertido en un contenedor urbano.

Estado actual del Anfiteatro (Arènes) de Nimes. Se encuentra en proceso de rehabilitación de las fachadas.

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